Profundamente consternado estoy. Una intensa tristeza se ha apoderado de mí cuando he sabido de la fatídica noticia del fallecimiento de Andrés Montes. Ha sido todo un palo; y muy duro por inesperado e imprevisto. Creo que aún no lo he asimilado. No lo es menos. El viernes se fue una parte de mi vida. Un trozo de mí. Cuando descubrí el baloncesto, hará aproximadamente una década, ya estaba Montes, y Daimiel, y no puedo negar que si me enamoré pérfida y locamente de este bendito deporte es gracias en gran medida a aquella manera de ver, sentir y disfrutar el baloncesto que impregnó el genuino Andrés Montes.
Coincidí justo en la era posjordan; el comienzo de la dinastía de la Fiebre amarilla, liderada por el Artículo 34 del Estado de California, Twister O'neal; de los maravillosos Sacramento Kings, el equipo ye-yé, el de la tortilla de patatas, de American Grafiti Stojakovic, de Chocolate blanco Williams primero y Manicura Bibby después, de Magoo Jackson; de los Mavericks de Robin Hood; de los Knicks, su equipo -y en fútbol el Atleti-, de melodía de seducción Strewell, de Allan hilo de seda Houston; de los Spurs de Tim siglo XXI Duncan y de Teléfono Rojo llamando a Moscú Popovich; de los Jazz de la informática a su servicio Stockton y Karl Malone, hoy te quiero más que ayer, pero menos que mañana.
Me enganché de por vida a un deporte que no desprendería la misma sensación ni la misma emoción sin la inigualable y magnífica jerga que le otorgó Montes. Su peculiar estilo, su particular manera de narrar y de comentar el baloncesto, hizo que la NBA tuviese aún un dejo más especial y mágico si cabe. Todo comenzaba con ese Qué tal. Bienvenidos al club, a este curso baloncestístico. Aquí estamos todos, viviendo la magia del Basket. Descubría que los verdaderos cracks que nos levantan del sillón y que dan sentido a la existencia del deporte no son sino jugones. Así como los pinchos de merluza, los triiiiiiiples, los interminables ra-ta-ta-ta-tá, las piedras que no entran, los aterrizajes -mates-. Los motes de los jugadores, ingeniosa y minuciosamente elegidos. Nunca se me olvidará el mote más gracioso y mejor seleccionado nunca, el que cada noche articulaba Montes cuando Dennis Rodman la armaba en una cancha de baloncesto: ¡¡Adivina quién viene esta noche, Daimiel!! Con sus innumerables clubes: el club de los Amarrategui Blues, los Estopa Mix o Cicuta Mix, los forajidos de leyenda, el sector pijo de la Liga, el Consejo de Administración de Geppeto Brother y, sobre todo, el Calabazas's clubs.
Porque aquello no era sólo baloncesto, conversaciones
triviales sobre el deporte; sino mucho más: todo un canto a la vida. Música,
cine, gastronomía, mujeres. Un tiempo muerto con Montes y Daimiel podía ser lo
más interesante de un partido; hacía, sin duda, que mereciese la pena
trasnochar. Son tantos los recuerdos acumulados y amontonados en la cabeza que
fácilmente podría escribir un libro entero. Y son tantos los sentimientos
experimentados y aflorados y que me reconcomen, que difícilmente puedo
expresarme con claridad y entereza. De ahí este intento de homenaje personal.
Ayer se fue el jugón más grande de todos. Descanse en paz.