jueves, 14 de enero de 2010

Raúl, por última vez

Puede que a la mayoría le resultase una cuestión inadvertida: les parecería un detalle sin importancia, una simple anécdota. Sin embargo, en la tarde del domingo, en el encuentro disputado en el Santiago Bernabéu, se produjo un hecho sin precedentes, nunca visto con anterioridad y cuya relevancia merece que se señale: Raúl no jugó ni un solo minuto. Y todo debido a razones únicamente deportivas; no se presentan lesiones reconocidas ni sanciones atribuidas. Esto es, no disputó ningún minuto porque el entrenador no lo consideró oportuno. Dicho de un modo más sutil: no jugó porque a Pellegrini no le salió de las pelotas. Tal hecho, asimismo, tampoco tiene un carácter excepcional o anómalo: las funciones atribuidas a Raúl en este nuevo y joven proyecto son cada vez menores y escasas y conforman toda una certera realidad, a la vista de los últimos resultados.

Ante ello, no puedo negar ni ocultar una placentera felicidad. Me satisface gratamente comprobar que el Real Madrid vuelve a ser un club serio e inteligente. El rol y estatus que tiene ahora el siete se corresponde exactamente a sus actuales condiciones y facultades. Es decir: es el cuarto delantero del equipo; en consecuencia: pocos minutos y partidos intrascendentes. Un hecho increíble visto con perspectiva. Lejos quedan por fin los tiempos del indecoroso Calderón y su tropa, liderados en cuerpo y alma por el otrora indiscutible Raúl. Una etapa dura, feroz, terriblemente oscura; susceptible al malestar y a la desazonada crítica del aficionado merengue. Y de la que, sin embargo, el único halo de luz, inviolable e intocable para todos, era Raúl. Ya no es así. Hoy día, la lógica, la cordura, como digo, se impone en el Real. Y el mayor ejemplo de esa significación es el lugar que ocupa Raúl en la plantilla.

Porque estoy totalmente convencido de que ahora sí: se puede afirmar, a casi todos los efectos prácticos y sin miedo al error, que Raúl es historia. Memoria. Pasado. Ayer. Mito o leyenda negra. Como quieran. Pero historia al fin y al cabo. Su presencia hoy día es meramente testimonial, suplentísimo. Ya no lucha por el presente, sino que está en la etapa final: en su último ciclo. Y, como tal, se sitúa a expensas de la historia del fútbol, de la leyenda del Real Madrid, su club, y de la memoria del aficionado.

Queda, así por tanto, un futbolista grandioso, legendario, que sin duda marcó época; un futbolista sin excesivos virtuosismos ni fastuosas cualidades a priori, pero amparado en un talento descomunal que le hizo triunfar al máximo nivel; un feroz competidor, inagotable luchador, que supo ocultar magistralmente sus defectos en por de una cualidad que hizo un arma valiosísima y patrimonio suyo: el gol. Un ganador con todas las letras. Y cuya eficaz contribución se manifiesta rotundamente en los éxitos del Real Madrid a finales del siglo XX y del comienzo del presente. Las tres últimas Copas de Europa del Real se deben en gran medida a Raúl. Parte de la gloriosa historia del Real se explica mediante Raúl. En definitiva, Raúl ha sido uno de las mayores figuras que dado el fútbol. Un grande sin discusión.

Pero también queda en el recuerdo, a mi pesar, una vez finiquitado su endeble y limitado físico, la figura de un futbolista mediocre, falaz, absolutamente repulsivo, y que se arrastró por todos los campos; resignado a no perder ni una cuota de la realidad deportiva. Obstinado a la ignominia futbolística; con sus goles potreros, con sus demagógicas carreritas, con su incuestionable e inexplicable titularidad perpetua. Raúl condenó al Real Madrid de los últimos cinco años: un enorme lastre futbolístico. Un futbolista que nunca supo, o no quiso, o no le dejaron -un misterio, sinceramente-, reconocer su evidente decadencia, móvil de su desastrosos últimos años. Una mentira irrefutable.

Para la posteridad quedará la cuestión de si sabrán los madridistas olvidar su ignominioso ocaso. O expuesto de un modo más ecuánime, puesto que una inmensa mayoría no percibe tan terrible etapa final, los archiconocidos raulistas: para aquellos madridistas que amaron y detestaron a Raúl en su carrera deportiva quedará la duda de si sabrán olvidarlo. ¿Qué diremos cuando nos pregunten por Raúl en el futuro? ¿Le citaremos con orgullo? ¿O torceremos el gesto? Soy pesimista. Por más que lo intento no soy capaz de pronosticar un favorable augurio. Porque como habrán comprobado, aún mantengo intactas todas mis pésimas sensaciones. Y no es ésa mi intención. Sin embargo, sí tengo una cosa clara; ésta es mi última entrada sobre Raúl González Blanco. Mi última reflexión sobre tan peculiar personaje y que finalizo con una incisoria petición: que el tiempo haga su efecto para bien; que la Historia ponga a Raúl y a su recuerdo como se merece.