lunes, 13 de junio de 2011

¡Dallas, al fin!




Con la victoria obtenida en la madrugada de ayer, al derrotar a los exhuberantes Heats en las finales (4-2), Dallas Mavericks se alza con el flamante título de la enebea. Culmina así una de las luchas más trabajadas y deseadas de uno de los mejores equipos de la última década; así como se destierra lo que parecía uno de los episodios más tristes de la historia reciente del baloncesto profesional estadounidense. El sistema de competición norteamericano, tan exigente, tan duro como simple en su fin, que sólo permite una única gloria y honor en todo el año, que no entiende de matices, con su único ganador por treinta perdedores, nunca había sido tan cruel con un gran equipo como ha sido Dallas. Hay, por qué no, una cierta justicia en este anillo tejano, que reconoce la consistente labor de un equipo ganador, siempre fiel a la cita de los play offs, a una gestión certera en los despachos y sobre todo a la de su flamante estrella, Nowitzki.

La historia data de comienzos de la década pasada, prinicipio de siglo, cuando en plena vorágine y esplendor del Oeste tras la resaca dominadora de los Bulls de Jordan, la franquicia tejana, sin pasado victorioso que presumir (poco hay más allá de Rolando Blackman, espléndido jugador), decide poner todo su empeño en hacer un hueco en la vasta y gloriosa historia de la enebea. Bajo la tutela del veterano Don Nelson, aquel equipo se configuró sobre jóvenes potenciales del momento, los pipiolos y prometedores Steve Nash y Michael Finley y de un por entonces desconocido Dirk Nowitzki. Muy pronto los Mavericks alcanzaron la senda de las victorias, a colarse en los play offs, tras años bailando en la nada; pero su fama obtuvo aún más celebridad por el baloncesto que llegaron a poner en práctica, uno de los más ofensivos y alegres, a la par con los Kings, en una de las épocas más prestigiosas del Oeste que se recuerdan.


En la temporada 2000/01 llegaron a las 53 victorias por 29 derrotas, conformando una línea que todavía hoy perdura: llevan once años consecutivos con un mínimo de 50 victorias en temporada regular, con varias de ellas en más de 60, lo que es un hito en la enebea. Sin embargo, y consolidado con el paso de los años, todo su buen hacer en la regular season quedaba empequeñecido por su perdedora andadura en la fase final. Tal impronta quedó retratada en la ocasión que más cerca estuvieron del suspirado anillo: las finales de 2006, de triste final para los Mavs. Infausto capítulo que se enturbió especialmente por la forma en que se perdió el anillo: le remontaron un 2-0 y el factor cancha a favor, y un tercer partido decisivo de la serie que dominó en su totalidad. La leyenda de equipo perdedor y desafortunado se agrandó por las suspicacias del formato americano, tan generoso con sus ganadores como despiadado con sus perdedores, en lo que Daimiel magistralmente definió como "el trauma de Dallas"; pero no por ello dejaba de ser lo que era: un gran equipo.

Un gran equipo que a pesar los sinsabores finales supo reciclarse y regenerarse sin perder un ápice de su constancia y regularidad, que cambió de jugadores y entrenadores sin perjuicios para el devenir del equipo y que erigió en estrella indiscutible a un alemán (MVP en 2007) que salió de la nada, de un país de poca tradición baloncestística, sin cartel de joven promesa, todo talento pulido y perfeccionado por su cuenta ajena y que tuvo en los Mavericks su recompensa, y al que los Mavs se negaron a traspasar por O'neal cuando éste era sinónimo de títulos. Un gran equipo que, aunque vapuleado y vilipendiado, sobrevivió a los Lakers de Shaq y Kobe, a los Spurs de Duncan y de nuevo a los Lakers de Kobe y Gasol. Un gran equipo al que siempre se le añadía a la vitola de favorito en las quinielas un pero insoportable. Y en ésas estaban, luchando contra lo mismo y los mismos, en esta temporada, a la enésima, cuando por fin el incansable trabajo ha encontrado su premio.

Se pone fin a años de resignación y sufrimiento; se reconoce, del mismo modo, a un equipo siempre sensato y mesurado en sus gestiones. Buena prueba de ello da la confección de su plantilla, girada en torno a un supercrack como es Nowitzki -como mandan los cánones allá, al otro lado del Atlántico-, pero muy bien rodeado: con los expertos y eficaces Jasons (Kidd y Terry) en la dirección y el perímetro, con su revulsivo Barea, con intimidación y lucha en los tableros, Chandlers y Marion, con DeShawn y Cardinal como buenos complementos, con un siempre peligroso Stojakovic (al final, prácticamente inédito). Una buena y larga plantilla, y orquestada por un entrenador muy serio: Rick Carlisle. Y todo ello al fin con crédito indiscutible con la consecución del anillo. Dallas Mavericks lo merece: ¡gloria eterna al equipo tejano!