jueves, 25 de agosto de 2011

Una de periolistos

Hoy, a eso de las ocho de la mañana, mientras tomaba el desayuno me ha dado por hojear el Marca de la cafetería. A ver con qué me vienen estos hoy, me digo. Dos puntos me han llamado la atención. El primero es la estupefacción que he sentido al leer la crónica de Santiago Segurola: todo un texto íntegro a cuatro columnas (con la excepción del último párrafo) dedicado a la suplencia de Casillas. Bien es cierto que el partido de ayer dio muy poco de sí, apenas hubo fútbol, pero no es menos que resulta inadmisible que en una crónica deportiva me encuentre una auténtica opinión personal. Segurola malgasta todo el papel para explicarnos desde la objetividad imperante que requiere la crónica de un diario por qué Mourinho obró mal, dándonos todo lujo de detalles de su decisión, con el resalto de todas las virtudes de Casillas y la desautorización del técnico portugués. Todo esto me hubiera resultado indiferente de habérmelo encontrado en la correspondiente columna de opinión, un texto que seguramente no hubiera leído por considerarlo estúpido e irrelevante; pero ése era su sitio. Sin embargo, el caso es que me importa un bledo los usos del oficio de los profesionales de Marca, es cosa suya. La reflexión que me provoca es otra. ¿Tanto les irrita Mourinho? ¿Tan desquiciados están que usan todo medio posible para la descalificación? ¿Hasta dónde van a llegar?

El segundo punto que me ha tocado los cojones lo encuentro en la contraportada, en una columna de opinión, donde sí, efectivamente, el autor tiene derecho a decir lo que le venga en gana, y yo a respetárselo. Pero no estaría de más que de vez en cuando hubiese rigor y seriedad en el ejercicio del dictamen; que el convencimiento de lo que se exponga se base en hechos y no en ideologías cocidas de casa. Porque en este caso, quedas retratado. Que lo es que le ha pasado a Roberto Palomar hoy, un tipo que la última vez que hizo un comentario alegre debió de ser en la primera comunión. El susodicho afirma hoy que la afición que acudió ayer al estadio es más falsa que un Lacost de mercadillo (sic), que no se puede tomar en consideración alguna. Dejando a un lado su escaso tacto al meterse con lo intocable (la afición, siempre la afición), no, señor Palomar, se equivoca: la de ayer puede que sea hasta la más viva expresión del madridismo, pues no hablamos de los ochenta mil abonados de siempre, los fijos al estadio, sino de miles de personas de diferentes lugares de España, con presencia de peñas incluidas; un grupo totalmente heterogéneo que sin embargo -¡sorpresa!- está con Mourinho. A muerte con Mourinho están, más preciso. Luego, señor Palomar, si le quitan la más poderosa arma de legitimación para sus cruzadas particulares, jódase; pero no mienta ni tergiverse. Que no cuela.