domingo, 11 de diciembre de 2011

Dolor, mucho dolor

Ocho de la mañana. He bebido bastante y no me noto siquiera borracho. Bebí y salí para olvidar. Y lo cierto es que por momentos de la noche lo conseguí. Pero no. Ha sido llegar a casa, inmiscuirme en mis pensamientos y el dolor ha vuelto a mí. Tampoco puedo dormir. Qué cojones. Juro que no quise, que siempre intenté controlar, pero he de reconocerlo: el fútbol me tiene cogido por los huevos. Esa mierda de deporte me ha atrapado. Estoy jodido. Otras veces fueron goleadas, malos partidos que provocaron un regusto amargo; nada más, sensaciones que superé fácilmente; pero hoy es puro dolor. Impotencia sin remedio a la vista. Pienso, rebusco, doy vueltas y nada me cuadra. Escribir es la única solución. Aun así, estoy más perdido que Robinson en su primer día en la isla.

Por qué, me digo constantemente, que diría el cabronazo de Mourinho. Intento tener un análisis racional y riguroso, intento ser minucioso y parco; todo debe de tener una explicación, me digo. Por esta vez llegaba el Madrid futbolísticamente a la par que el Barça; ya no había pretextos ni matices que considerar. Es el segundo año de un proyecto bien planificado y desarrollado, tercero de muchos jugadores. Hay estilo consolidado, juego mecanizado y futbolistas talentosos e implicados. Todos a lomos de Mourinho. Asimismo, hay experiencia, nos íbamos a una guerra que conocemos al dedillo, contra un enemigo muy reconocible. Todo en marcha. Todo listo. Por esta vez, reitero, no había ningún puñetero pero que señalar. Estábamos sobradamente preparados. Era la hora.

Y los mamones fallaron. Los hijos de puta. Y eso que empezó bien. Con esa presión tan característica nuestra, rápidos y mordaces. Buscaron el fallo y lo consiguieron. Valdés yerra y Benzema no perdona. Un comienzo genial. Y luego la tuvo Cristiano. La tuvo y la falló. No sigo, le dejo el resto de la crónica a Segurola, insoportablemente petulante hoy, seguro, o al cursi de Sámano. O al hijo de perra de Torres. Lo resumiré yo mejor que nadie: perdimos como idiotas. Otra vez. Y eso es lo que me duele en el alma. No los baños de juego recibidos ni los contundentes resultados (2-6, 5-0) . Sino acostumbrarnos a perder. Eso me jode. Somos el Atlético de Madrid para ellos. Lo somos, maldita sea.

Y no, yo por ésas no paso. Lo siento, pero no. Me niego a aceptar esa realidad. Memorizo, interiorizo. ¿Por qué me hice yo del Madrid? O más preciso: ¿Por qué juré fidelidad eterna a este club? Muy fácil: porque éramos el puto club más ganador de todos los tiempos. Ojo. Se confunden si las razones que presuponen son los títulos, récords y demás polleces. No. Me hice del Madrid por su carácter ganador. Porque era un equipo de grandes noches. Un equipo formado por hombres auténtica y genuinamente ganadores. Hombres, diablos. Hombres.

Y lo que yo he visto hoy, lo que estoy viendo en estos últimos años, no me identifica para nada con lo que siento yo ser del Madrid. Esos cabrones no me representan. Todo mi amor -porque yo a esos los quiero y los querré siempre- se pierde en noches como hoy. No estoy viendo hombres legendarios. No estoy viendo lo que yo espero de ellos. Seré muy exigente yo, pero esto es el Real: que se jodan si no comprenden. Los futbolistas blancos no imponen respeto, no generan temor ni nada parecido. Son, por qué no, mierda. Huy, sí. Estoy muy cabreado. Quién me lo iba a decir. Pero ese perfecto mierda, enano y retrasado llamado Messi resulta ser el mejor futbolista del mundo y que tiene más huevos que todos nosotros. Venga ya. Que ese brillante pero panoli de Iniesta se pasea en nuestra casa. Que ese mentiroso y tramposo ideólogo, pero genial futbolista, Xavi -aunque no lo crean, estoy perfectamente lúcido- los tiene cuadrados. Quién me lo iba a decir de esos. Esos. ¿Pero los han mirado realmente bien?

Qué lejos quedan las historias que me contaron y leí. Y qué lejos queda lo que yo mismo vi y comprobé con mis propios ojos. Dónde estás, Súker, Pedja, Seedorf y Capello, que le ganasteis al todopoderoso Barça del mejor Ronaldo; dónde estás, Fernando Hierro, que te measte en la grandísima Juventus de Turin; dónde estás, Mijatovic, que no hiciste nada en todo el año, pero, ay, amigo, qué hombre fuiste el 20 de mayo de 1998; dónde estás, Redondo, cómo te añoro en estos partidos, maricón; dónde estás, Raúl, que nos diste una Champions tú solo, y cuatro mil títulos más; dónde estás, Raúl, que callaste a cien mil tíos; dónde estás, Zinedine, elegante, estético y maravilloso futbolista, pero efectivo y ganador, como debe ser, con tu gol al Barça en semifinales de Europa, con tu gol en la final; dónde estás, Ronaldo, que jamás fallaste en tu vida; Capello, que volviste y te follaste al Barça de Rijkaard. Xavi, Iniesta, Messi, Puyol. A esos mismos que hoy sonríen como capullos tú se la metiste por el culo.

¿Y qué veo hoy? ¿Qué estoy viendo? Destrozado estoy. Mi madridismo roza el suicidio.

¿Qué? ¿Qué me está diciendo usted? ¿Que estoy loco? ¿Que por qué le doy tanta importancia al fútbol? Lo lamento, señor, pero no estoy de acuerdo con usted. Le argumentaré con suma brevedad: si no tiene pasión en la vida, ¿para qué coño vive?

Disculpen el lenguaje usado hoy. Estoy tocado y hundido. Sírveme otro Brugal, Damián. No ayuda ni soluciona una mierda, lo sé, pero lo parece.