Al final no pude resistirme: como en todos los partidos de la serie, había programado el vídeo y ajustado el Digital la noche anterior. Lo dejé todo preparado para verlo al día siguiente, más cómodo y relajado, sin sufrir mi singular jat lag. Pero esta vez era diferente. No era un partido más. Esa noche podía pasar algo grande, y no se trataba precisamente de tener una cita con Mónica Bellucci. Durante media hora intenté dormir, pero por mi cabeza rondaban inconscientemente pensamientos sobre una pelota naranja y unos tipos vestidos de púrpura y oro. No aguanté mucho en la cama. Me levanté, cogí el paquete de tabaco y, con mucho cuidado de no hacer ruido por el pasillo, acudí al salón. Estaba decidido a a disfrutar de un partidazo: en directo, a altas horas de la madrugada y con el volumen de la tele muy bajo -si no le doy al mute es por Daimiel-. Como mandan los cánones del buen aficionado del baloncesto del otro lado del Atlántico.
Y efectivamente, pasó algo grande. Los Lakers lograron el ansiado anillo de campeón de la Nacional Basketball Association, la NBA para los colegas. No dejaron espacio para la sorpresa y lo consiguieron en la primera oportunidad. Fue un momento de alegría y grata felicidad para un loco amante del baloncesto como es un servidor. El último anillo databa de tiempos muy pretéritos; mucho ha cambiado desde la temporada 01/2002. Por entonces, la estrella indiscutible y absoluto dominador de la Liga era un tal Shaquille O'neal y su escudero un jovencito y arrogante Kobe Bryant; asimismo, el mismo servidor era un mocoso en plena adolescencia que miraba y disfrutaba atónito de un deporte que le enamoró desde el primer día. Mucho ha llovido desde entonces. Aquel majestuoso equipo se fue a pique. Se tuvo que realizar una larga reconstrucción que culminó el pasado domingo con la consecución del décimo quinto anillo de la franquicia. La tónica de preguntas sobre este equipo cambia radicalmente: ¿Serán capaces de realizar una dinastía? ¿Superarán a su viejo rival, los Celtics de Boston, en cuanto a títulos se refiere? De momento, vuelven a ponerse a tan sólo dos entorchados.
Kobe Bryant se llevó un merecidísimo MVP. Aun con los avisos cada vez más amenazadores y permanentes de Lebron James, Bryant aún es el mejor jugador de baloncesto del mundo. Jugador indefendible en el uno contra uno, es sin lugar a dudas el mejor anotador que ha salido desde Jordan y que ha concluido y con éxito la última fase del baloncestista profesional: aquella que determina la diferencia entre una estrella del momento y un grande de la historia, una leyenda. A lo largo de su periplo como jugador franquicia tras la marcha de O'neal, Kobe ha ido evolucionando y mejorando hasta convertirse en lo que es hoy: el mejor baloncestista en todos los aspectos. Ya no sólo anota, asiste con asiduidad, entiende mejor el juego, y es mejor defensor de lo que ya era. Un jugador, desde el punto de vista individual, completo, total.
Además, Bryant ya no es simplemente el mejor jugador de su equipo, sino su líder, al que todos siguen; su jefe que no duda en gritar y exigir a sus compañeros en la cancha, y a los que protege en público; su alma máter, cuyas ansias de triunfo contagian al equipo. Es el hombre que los guía hacia la gloria. Es decir, hablamos de un Kobe que nada tiene que ver con el de 2004. El progreso de estos cinco años ha sido espectacular. Definitivamente, Kobe Bryant ha alcanzado la madurez como deportista. La misma, por otra parte, que no han logrado otras superestrellas de la liga, como Allen Iverson, Vince Carter o T-Mac y que, por tanto, le sitúa en un escalón muy por encima.
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Es un orgullo que en los Lakers, la franquicia más famosa del mundo del baloncesto, juegue también un español: nuestro Pau Gasol. Un español que no está de complemento, sino que su presencia se requiere fundamental en estos Lakers campeones. No se concibe este anillo sin el catalán en el equipo. La balanza entre el juego interior y exterior se equilibró y se compensó con la llegada de Gasol al equipo angelino que recibieron calidad y talento, altura e intimidación; o sea, incorporaron a un jugador de renombre en la pintura. Pocos jugadores actuales tienen los movimientos y recursos que posee Gasol. Eso se llevaron los Lakers, porque poseer un hombre interior del calibre de Gasol es importantísimo en este deporte. Todos los grandes equipos de la NBA, a excepción de los Bulls de MJ, han tenido un pívot o jugador interior referente. Con un cualquiera en la pintura no se gana en el baloncesto. Un repaso histórico de los últimos campeones así lo certifica: los Celtics de Garnett, los Spurs de Duncan, los Lakers y los Heats de Shaq, los Rockets de Olajuwon. ¿Sigo? Consecuentemente, para la historia quedará como el anilo de los Lakers de Bryant... y de Gasol, of course.
¿Dejará la prensa estadounidense de llamar blando a Gasol? ¿Se desterrará el término Gasoft? Pues sí. Pero déjenme explicarles que toda esta polémica la veo desde otro punto de vista al que lo ve la entendida prensa española. No comparto las opiniones generalizadas al respecto durante estos últimos años. Para mí hay una doble visión del asunto.
En primer lugar, yo parto del punto de que sí, Gasol es un jugador blando. Se trata de un baloncestista que centra todas su grandes virtudes en sus capacidades ofensivas y cuyas aptitudes defensivas se resumen en un físico intimidatorio: su defensa, por regularidad, es aceptable, cumple el mínimo. No se trata de un excelente defensor por constancia y trabajo. Gasol no hace 82 partidos brillantes en defensa. Sin embargo, por fundamentos -la gran baza del basket europeo- es capaz de realizar buenas defensas en encuentros concretos: rinde, y a un alto nivel, en determinados partidos. Exactamente como ha hecho en esta final, en la que se ha bregado con Howard como nadie hasta ahora había hecho. Por regularidad, Gasol no alcanza el sobresaliente en la faceta defensiva, ni siquiera aspira al notable. Por la sencilla y llana razón que de ser así estaríamos hablando de un jugador completísimo, sin apenas un defecto; sería el Lebron James de la pintura. Un extraterrestre, una máquina en el sentido estricto de la palabra. Y Gasol es bueno, muy bueno diría yo, el mejor de la historia de España. Pero no se trata del mejor de la historia de la NBA, ni siquiera de los 50 mejores. Eso son palabras mayores. Una cosa no quita la otra.
Y en segundo lugar, la campaña de descrédito de las facultades defensivas de Pau responde a la mentalidad de los norteamericanos. La sociedad estadounidense es profundamente competitiva. Se alza y se dignifica a los ganadores; los perdedores no tienen cabida. Todo lo contrario que en Europa, donde los subcampeones y hasta los terceros puestos son más conocidos incluso que los campeones. En Estados Unidos no ocurre así: la diferencia entre el ganador y el perdedor es brutal, siderialmente abismal. O eres una leyenda o eres un perfecto mierdecilla. Es otra forma de ver el deporte, otra manera de valorar la vida. Una célebre frase de Ayrton Senna lo podría resumir perfectamente: "El segundo es el primero de los perdedores". Por ello, aquellos que buscan la gloria, la victoria definitiva, deben fraguarse en un camino de espinas, difícil y complejo. Se señalan defectos, se buscan miserias, se infravaloran, se reniega de su supuesta fama. Por eso apodaron a un jugador con muy buena pinta pero que no había logrado nada como Gasoft, a ver qué se ha creído el hispano éste. Pero no se trata de ensañamiento particular ni discriminación hacia Gasol, ni de xenofobia, ni demás tonterías que nos ha querido vender la prensa española. Lo que ha sufrido Gasol, lo han aguantado todos. Bryant, Garnett, O'neal, Drexler, Jordan, y lo harán, si no lo están haciendo ya, con Lebron y Howard. Todos han pasado por ahí. Ésa es la explicación. Los americanos no regalan nada, les gusta que el éxito se consiga a base de esfuerzo y superación, sea quien sea. Y cuanto más le cueste, más le adoran. Por eso les pone tan cachondos Michael Jordan, ejemplo único de superación y evolución hasta la perfección.
Por consiguiente, todo aquel que logra la cima recibe un respeto absoluto, un prestigio y una consideración claramente distinguida, que le diferencia de cualquier otro mortal. La vida de Gasol cambia considerablemente con la conquista de este anillo. A partir de ahora, no se nombra a un buen tipo, a una estrellita, sino a un campeón, a un crack con mayúsculas. El trato a Gasol por parte de los norteamericanos ha cambiado. No habrán reproches que valgan cuando se cite su nombre. Ya lo comprobarán ustedes.
El anillo lo cambia todo. Si ya lo dicen ellos mismos, the ring is the thing.