El Barça celebra el gol decisivo, anotado por Sergi Roberto. Foto de Eurosport. |
Todavía hay algo peor que tu adversario gane. Que lo haga a tu manera. Que te haga sentir estúpido con tu relato exclusivo. Esa remontada es nuestra, esa gesta lleva la firma del Madrid. La lleva cuando las proezas no tienen explicación. Simplemente suceden porque forman parte de su grandeza: irrumpen y dejan felicidad e incredulidad a partes iguales. Pero no pida una descripción científica. O a ver quién se atreve a descifrar cómo se marcan tres goles en el 88. De repente, surge un golazo inapelable; después se desliza una astucia –seamos elegantes‑ y al final se dispara el fogonazo de la épica: alguien, un anónimo ayer, un héroe después, empuja a la red el balón caído del cielo. Y el estadio se viene abajo mientras las hemerotecas archivan en oro. Pasas a la historia porque, primero, no existe precedente y, segundo, se ha desafiado toda lógica deportiva. Ese prodigio lo consiguió un equipo anoche. Y no fue el Real.
*Artículo de opinión publicado en el diario La Opinión de Murcia.
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