El clásico de la 04/05 se destapó, ante
todo, como la reivindicación del orgullo mancillado del Madrid de los Galácticos. El
duelo perdura en la memoria madridista como la última exhibición de una
generación irrepetible, como el epílogo de un conjunto que fascinó mucho más
que ganó. Fue la redención del viejo rey destronado ante el emergente aspirante, el insolente
Barça de Rijkaard, hambriento de fútbol y de títulos. En aquella etapa, el Real competía, a ojos
sinceros, como una ruina de equipo, incapaz de sostenerse táctica ni físicamente, discontinuo en el juego y condenado a una renovación profunda. Pero a un
partido, ay a un partido, aquella colección de estrellas prejubiladas era
temible: aquella calidad legendaria podía esconder un historial de defectos en
noventa minutos. Lo demostró un Ronaldo motivado, encarando como en los
noventa; lo certificó un -por un día- ordinariamente pragmático Zidane, dispuesto a purgar en labores de intendencia y que no dudó en lanzarse ante el poste en pos del gol; lo atestiguó Roberto
Carlos, echándole un pulso a Xavi, a sus piernas y al tiempo. Y lo verificó
Beckham, con un pase cartesiano, exento de marketing pero repleto de su mejor
leyenda. Los Galácticos dieron un puñetazo en el verde. Fue el último. El
triunfo en el clásico no trajo la Liga y los trofeos jamás volverían, pero
aquella tarde, ay aquella tarde, los Galácticos se rebelaron para firmar la
última página dorada de su historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario