lunes, 14 de noviembre de 2011

La ardua empresa de Capello


No vi entero el amistoso Inglaterra-España; puse el partido tarde, ya con el gol de los ingleses anotado en el marcador. Así que dispuse solamente de media hora de partido. Tampoco me molestó demasiado. Mi interés por las selecciones internacionales, fuera del período veraniego, es nulo. Y tanto da que sea un partido oficial clasificatorio que un amistoso ante un rival célebre. El caso es que puse la Primera, por un fácil y rápido descarte de la programación televisiva de un sábado vespertino y -no lo voy a negar- por una mínima curiosidad futbolística. El encuentro en sí poco ayudó a mejorar el ánimo. Me aburrí como todos, hastiado de tanto toque-toque inerte de los españoles y abatido ante el inexistente ataque inglés.

Entre bostezo y bostezo, la realización enfocó a Fabio Capello. Camisa azul con corbata marina, ataviada en un traje clásico pero impecable y con un ramillete de solapa en mención a la boda de su hijo, Capello vociferaba órdenes como un poseso a sus jugadores. Alzaba los brazos con ímpetu, arrugaba el semblante en los desajustes ingleses y su mentón, tan característico en él, se torcía cuando señalaba indicaciones a sus jugadores en un italo-inglés rumiante. Tocaba Xabi con Cesc, y éste miraba a Villa, pero devolvía otra vez a Xabi, vuelta a empezar, rondo soporífero e interminable; pero mi atención se centraba en Fabio Capello.

En qué lío se ha metido, reflexionaba. Ahí lo tienes, me dije, don Fabio, laureado técnico, leyenda del oficio del entrenador, dirigiendo a la compleja y enrevesada selección inglesa. Pionero de intensivos métodos de entrenamiento, precursor de la profesionalidad íntegra de los futbolistas y exponente ilustre de la competitividad al más alto nivel, Fabio Capello reúne un historial repleto de triunfos y éxitos. Nueve ligas europeas en un período de quince años de carrera. Siete en Italia: cuatro con el Milan, el club de sus amores; una con el Roma y dos con el Juventus de Turín (aunque éstas fueron posteriormente desposeídas por el 'Moggigate'). Dos en España, donde revolucionó su profesión en una liga repleta de primitivos y anacrónicos métodos. Una Champions arrebatada a todo un 'dream team' culé en su apogeo, goleada incluida (4-0). Un señor que nada tiene que demostrar a nadie en el mundo del fútbol y que sin embargo, como regalo de jubilación, decide aceptar la tarea probablemente más difícil de su vida: reconducir el fútbol inglés.

Su labor no consiste básicamente en organizar, entrenar y dirigir un equipo de fútbol, al modo que hace su homólogo Del Bosque. Tampoco es suficiente con establecer un estilo y una jeraquía futbolística, asunto más complejo, como hizo en su día Aragonés. Aún hay más: debe reformar la rígida mentalidad del futbolista inglés. Desposeerlo de sus vicios. Desprender el carácter individualista y egoísta imperante; dotarle de un sentido colectivo; imponer un espíritu competitivo y efectivo. En definitiva, cambiar la idiosincrasia inglesa. Para después erigir los parámetros técnicos citados (el estilo, la cohesión, etcétera).

Un vistazo rápido a la historia reciente demuestra que el modus operandi futbolero británico no tiene efecto en el continente en los tiempos actuales. Son, en cambio, los foráneos quienes han otorgado garantías de competitividad y efectividad: los Mourinho, Benítez y Wénger; aun Ferguson, el británico, que no inglés, tampoco tira de manual anglófilo. Así como tuvo que ser la apertura del mercado internacional (tras la sentencia Bosman), que provocó la llegada de miles de jugadores extranjeros, quien impulsó a los clubes ingleses en Europa, antaño perdedores. En materia prima futbolística, el libro de estilo inglés estaba anticuado. Pero finalmente se arregló con la internacionalización de los métodos y modos. Sólo faltaba un hueco por enmendar: la selección nacional.

En ésas se las ve Capello: ardua misión que indudablemente requiere tiempo, máxime en un combinado nacional donde no existe el trabajo diario. No basta tampoco con un mundial jugado. Por esa pauta, Aragonés jamás hubiese ganado una Eurocopa (los dos fueron eliminados en octavos de su primera competición oficial). Realizar toda una metamorfosis futbolística no es cuestión de un día. Los frutos tardarán en vislumbrarse. Aun así, el sábado ya dio una pincelada de lo que es capaz Fabio Capello: ganar a toda una esplendorosa selección campeona del mundo, con un equipo muy inferior. Veamos hasta dónde llega la última odisea de un tipo terriblemente ganador y que nunca ha contemplado un fracaso en su vida.

En mi caso, le deseo lo mejor. Tiene mi aprecio. Buona fortuna, don Fabio!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Menuda miercola Valero... es broma.