viernes, 30 de diciembre de 2016

Educación en el fútbol

Ocurrió hace poco, en un partido de fútbol disputado en Huelva. Los entrenadores de dos equipos rivales detuvieron el juego ante los insultos que la grada vociferaba hacia el árbitro. Los técnicos se revolvieron y exigieron a los hinchas, sus aficionados, que se calmaran y dejaran de increpar. La grada eran los propios familiares de los jugadores: padres de futbolistas de once años. Este gesto insólito –cuyo relato escuché en la COPE– ocurrió hace unas semanas, pero los insultos se suceden a menudo en los campos de fútbol base. Es una situación muy grave. Nos llenamos la boca exigiendo ejemplaridad al jugador de élite –una responsabilidad desmesurada, a mi juicio– y despreciamos que el problema se encuentra muy cerca, dentro de casa. Porque, por más que insistan, una actitud pendenciera de una estrella, un peinado rimbombante e incluso una declaración soez no va a condicionar decisivamente la formación de un menor. Sin embargo, un energúmeno que en su tiempo libre con su hijo chilla e insulta a un árbitro –o al rival, o a otra persona– es un irresponsable, que falla con su primer deber como padre. El niño mira, observa y aprende; no los minusvaloremos, pero su mirada necesita referencias, la guía de un adulto. Esa influencia la ejerce su entorno más directo: el padre, el maestro, el entrenador. Y no Messi ni Cristiano.

*Artículo de opinión publicado en el diario La Opinión de Murcia.

lunes, 12 de diciembre de 2016

El mito de Sergio Ramos

Foto de Getty Imágenes.

Se empeña Sergio Ramos en reescribir su leyenda a fuerza de transformar lo excepcional –el gol decisivo en los últimos minutos– en rutina. El camero es un jugador especial: sus frecuentes excesos pueden exasperar a la misma hinchada que después celebra absorta sus hazañas. Tal vez por eso resulta complicado ser ecuánime con Ramos. Su trayectoria es la de un futbolista con un extraordinario potencial que apenas canalizó en regularidad ni en constancia. Sólo le recuerdo una temporada completa rindiendo a gran nivel –la 11/12, asentado ya como central–. Pero el fútbol también se explica con instantes en momentos cruciales; es decir, una volea sublime en Glasgow o una parada inverosímil en Johannesburgo. Y aquel cabezazo en el 92.48 en Lisboa colocó a Ramos en terreno sagrado de la historia del Real Madrid –palabras mayores–. Lo sorprendente ahora es que aquel cabezazo queda como el primero de una muesca asombrosa. Esta virtud sólo está al alcance de futbolistas únicos; una cualidad muy propia de lo que, año tras año, nos costaba creer que teníamos ante nosotros: un genio.

*Artículo de opinión publicado en el diario La Opinión de Murcia.