domingo, 19 de noviembre de 2017

El drama de Italia

La lluvia cae, el sol se pone por poniente e Italia siempre es un rival temible en una Copa del Mundo. Un dogma imperecedero se resquebrajaba el pasado lunes en San Siro, cuando la selección italiana fue incapaz de salvar su trascendental duelo contra Suecia y se quedaba fuera del gran acontecimiento futbolístico del planeta por primera vez en casi sesenta años. Honores, ante todo, para Suecia, el verdugo y feliz clasificado. Las historias de los imposibles embellecen el deporte, pero un Mundial de fútbol sin Italia es una noticia (deportiva) asombrosa. Todavía muchos no nos los creemos. Como si nos dicen que el Madrid deja de jugar de blanco o que Rafa Nadal es realmente humano. Días antes del fatídico partido, en un diario italiano (según cita la agencia AFP) se comentaba que un campeonato mundial sin Italia "era más improbable que el aterrizaje en la Plaza de San Pedro de una nave espacial llegada de Saturno". El fiasco se ha sentido en tierras transalpinas como una hecatombe, como no podía ser de otra manera en un país que se considera inventor del calcio (para los italianos, los orígenes del balompié se remontan al Medievo florentino). El fútbol italiano busca ahora razones, causas y culpables para soportar el drama. Que su mejor jugador hoy día sea Buffon, el portero, tal vez constituya el primero de los síntomas en una azzurra que históricamente alumbró delanteros y mediapuntas extraordinarios. El legendario guardameta dejó un dignísimo epitafio, aplaudiendo el himno sueco frente a los silbidos y dando la mano al adversario en el término del duelo. Su última imagen queda para la posteridad: las lágrimas de Buffon son el llanto de Italia.

*Artículo de opinión publicado en el diario La Opinión de Murcia.

Foto de Cordon Press.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Las Ligas que el Madrid no gana

Alirón Liga 87/88. Foto de Defensa Central.

No hay manera, oiga, de vivir Ligas tranquilas como madridista. Uno creía que había llegado ese culmen deportivo en el que la inercia de los triunfos conduciría a un periodo de calma y estabilidad, pero de nuevo estaba en una ilusión: los puntos se esfuman en las primeras jornadas, el liderato se aleja y el equipo se ve en otra temporada obligado a remar a contracorriente. Tal vez sea un vicio endémico, adquirido en los últimos años, pero no siempre fue así.


La gran diferencia entre el madridista moderno –el que nace y crece, pongamos, en los noventa y el siglo XXI y el madridista clásico –aquel que vivió los ochenta, setenta e incluso los sesenta– es la forma en que afronta la Liga. El estado de ánimo ha variado de un madridismo plácido, cómodo en su rutina de triunfos, propia de una época en la que el Real disputaba como el equipo hegemónico de la competición nacional (el Madrid ganó 19 Ligas desde 1961 hasta 1990), a un madridismo exaltado, inmerso en una era de sobresaltos, y más habituado a dejar escapar Ligas que a conseguirlas.


Alirón Liga 60/61. Foto de Cihefe.

En las pocas veces de la era moderna en las que el Madrid conseguía esa serenidad deseada, esa aburrida tranquilidad que el madridista reclama para sus domingos, el efecto se dilapidó con rapidez. Ocurrió, por ejemplo, con el Madrid de Capello de la 96/97 y con el de Mourinho de la 11/12. Incluso en la etapa de Del Bosque, la última dorada hasta el nuevo reinado de Zidane, el equipo alternaba éxitos con decepciones –sí, se anotó siete títulos, pero también se dejó una Intercontinental y un Centenariazo en casa–.

La irregularidad es la irremediable condena contemporánea, pero a cambio ha gozado de un gen único para las grandes noches. El madridista del nuevo tiempo presenció desastres como los de Tenerife y ridículos como el Alcorconazo, pero también disfrutó de momentos únicos como la Séptima o la Décima y ha sobrevivido –y con éxito- a rivales liderados por Leo Messi –tres Copas de Europas coincidiendo con Messi; no olviden, valórenlo–. 

Así que, pese a que uno anhela tardes soporíferas de victorias, Ligas ganadas en el salón de casa, los tropiezos ligueros sitúan ahora al equipo y al hincha en un escenario que todos conocen muy bien: el Madrid suele funcionar cuando se le entierra en otoño. Hay una sola realidad inalterable a lo largo de la historia, que saben y -temen- sus rivales: el Real siempre vuelve