sábado, 11 de julio de 2015

Casillas, por última vez



Yo quiero ser Jabois, he dicho más de una vez, para escribir hagiografías como las que firma ahora en 'El País'. Para hablar del portero legendario y su ocaso deportivo sin quitarme el sombrero. Para referirme con su verdad de la razón y su talento de la expresión sobre el portero madridista que aunaba cualidades extraordinarias con vicios mundanos que nunca corrigió. La fotogénica agilidad para la estirada, la habilidad para el mano a mano, sus reflejos y nada más; la parada imposible, el don para ser decisivo en el día más importante. En eso era sobresaliente.

Sí, Casillas volaba y obraba milagros, aunque tal vez su mayor mérito futbolístico fue su capacidad para ocultar sus defectos y enaltecer sus virtudes (por eso es el yerno deseado). Pues nunca enmendó su inseguridad en el juego aéreo, ni su nulidad en las salidas, ni su impotencia para ordenar a sus defensas ni su torpeza con los pies. En eso era deficiente.

Con todo, era el portero anti-manual, que no blocaba los balones porque se fiaba de su instinto; el arquero imbatible bajo los palos, pero temeroso fuera de ellos. Sin embargo, la media refleja trato de leyenda porque alcanzó el Olimpo y los cancerberos prodigiosos de la Academia consiguieron menos. Porque Casillas se la sacó a Robben, y ganamos y fuimos campeones del mundo, y punto.

Hay una cuestión que quiero resaltar en el análisis de Jabois: pone negro sobre blanco el pésimo rendimiento de Casillas en aquellos primeros seis meses de la 2012/13. Dimes y diretes con Mourinho aparte, el portero cosechó un mal rendimiento. Había argumentos deportivos que sopesar, fundamentos tal vez insuficientes ante un imberbe Adán, pero condenatorios ante un Diego López sobrado de razones, el artífice de la meritocracia.

Algo se torció ahí, en efecto, porque la equilibrada balanza que siempre cultivó Casillas se resquebrajó. Perdió toda su confianza y afloraron todas sus miserias, incluso con la solución salomónica de Ancelotti. Desbordado, la parada milagrosa y el instante salvador nunca emergieron. Fue una pena que su declive adquiriera tintes 'Kahnescos', con sonadas cantadas impropias de su categoría, inmerecidas. Pero era una leyenda en decadencia. Una caída que él nunca admitió, porque no quiso, no lo veía o no le dejaron diagnosticar. “Es que me veo bien. Soy el primero en reconocer que si las cosas no van bien me voy. Pero no es así”, dijo cuando concluyó una de sus peores temporadas: la última.

No dramaticemos llegado el momento. El Madrid rompió con Di Stéfano y hubo otras cinco Copas de Europa; el club superó a Santillana y hubo otros mitos; Raúl jubiló a Butragueño y nadie le echó de menos; la Décima llegó sin González Blanco. Y nunca añoramos su decadencia, sino que recordamos su monumento. Toca ahora con Iker Casillas: era ley de vida –futbolística-.