De
repente, el madridista retrocedió una década. El Madrid tiró la temporada apeado
en los octavos de final de la Copa de Europa, eliminado y sin títulos. Como en
una amarga noche cualquiera de 2009. El madridismo vuelve a sentir sensaciones que
creía enterradas en un lustro de felicidad europea: el ardor de la derrota imprevista,
la frustración de saberse impotente y la sonrisa del antimadridista asomando. El Real se despoja de su corona en un escenario que su hincha no tolera: perder se acepta, pero
no se concibe abandonar el cetro lejos de la élite en la que se codeó y dominó.
Fuera de su salón habitual de baile, volviendo -insisto- a las noches aciagas
de Lyon en 2009.
Es
cierto: es el fin de una era. Y la memoria exige gratitud eterna a un equipo
que dio alegrías únicas al madridista, que gozó de hazañas que antes sólo pudo soñar. Recalquemos, por si alguien
no lo ha valorado suficientemente: más de mil días como rey de Europa, cuatro copas de
Europa en cinco años. ¿Cómo hacer un reproche? Pero el agradecimiento eterno no
es incompatible con la reivindicación diaria de un aficionado exigente por razón
de ser. Debemos reconocerlo: la planificación de la era Después de Cristiano ha sido pésima. Los síntomas, que solo Zidane
advirtió, ya afloraron el año pasado, se evidenciaron durante esta temporada y ahora, en una semana trágica, se revolvieron en la cara del madridista.
Modric
lo expresó con claridad: se traspasó al mejor goleador de todos los tiempos y en su lugar se optó por no incorporar a nadie. Entonces se vio como un riesgo, hoy se contempla
como un grave error. A cambio se fio todo, añadía Modric, a que los futbolistas de la plantilla -Bale, Benzema, Isco, Asensio- dieran un paso adelante. Pudo pasar, pero no ocurrió. Y el Madrid lo acusó estrepitosamente en la 18/19.
El gol
lo es todo en el fútbol: salva partidos en los que el juego naufraga. Quién sabe qué hubiera sucedido con pólvora este año: qué partidos se habrían
maquillado, qué puntos no se habrían desaprovechado, qué devenir de una eliminatoria
copera podría haber cambiado. Los detalles caprichosos del fútbol. Pero esta observación es un ejercicio ficticio, que evita analizar un trasfondo más hondo aún. Porque más allá de los (no) goles y la estrategia deportiva, el rendimiento de muchos futbolistas fue deplorable; el entrenador inicial, Lopetegui, se quedó sin tiempo para plasmar su libreto, bloqueado por los resultados y también incapaz de levantar a sus pupilos; y el técnico sustituto, Solari, se encontró con un marrón y su mejor logro, la racha de enero, terminó en espejismo, devorado por la realidad.
Consumado el fracaso, es el
momento de tomar decisiones. Y bien estudiadas. Hasta junio, hay tres meses
inanes para calcular los pasos y no cometer errores. Primero, un entrenador. Un nuevo técnico que marque un nuevo
rumbo. Por bien intencionado que fuera Solari, su andadura queda ya condicionada por esta temporada. Segundo, sentencias duras. Toca renovar los
pesos pesados. No necesariamente deben ser medidas abruptas. Jugadores queridos por
la afición, los símbolos, pueden pasar a ocupar un rol secundario. Pero el nuevo
Madrid ya no puede erigirse en torno a Modric. La columna vertebral, tan exitosa en el pasado, tan fallida hoy día, ya no puede ser la misma. Tercero, gastarse la pasta. La
nueva política de contratar jugadores jóvenes es un acierto, pero incompleta para las aspiraciones del Madrid. Nunca se debió de tomar en serio las críticas que recriminaban "el uso del talonario": se picó el anzuelo. Sin jugadores de alto nivel, no se puede
competir en la élite salvaje del fútbol. Y hoy el Madrid necesita un salto de calidad.
Y un crack. Si puede ser,
hay que fichar un crack. El vacío es evidente desde que se fue el Siete. Una estrella que guíe el nuevo proyecto y marque diferencias. Por
fortuna, el edificio no hay que derruirlo. El grupo de las jóvenes perlas -Vinicius, Reguilón, Ceballos,
Llorente e incluso el defenestrado Asensio- es buena materia prima para reconstruir el equipo. Y todavía son aprovechables otros miembros de la plantilla. No todo se ha hecho mal.
Renacer no supone una aventura inédita para el Madrid. Siempre lo ha hecho en su historia, para delirio de sus hinchas y desazón de sus adversarios. Volverá: la 18/19 queda ya como una tregua para sus rivales, que al fin descansan de la tiranía blanca.
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