miércoles, 16 de junio de 2021

El adiós de Ramos

Sergio Ramos, en Lisboa. Foto: FOXSPORT


Enloquecí. Grité como un poseso. Descargué toda la rabia acumulada en 90 minutos de desesperación. Canté el gol como jamás lo había hecho en un partido de fútbol. Ningún gol superará al minuto 92, segundo 48. Tiempo después comprendí que en aquella celebración salvaje, rodeado de madridistas en trance, no explotaba sólo por la angustia de aquel tanto que se resistía, sino que en realidad me liberé de todos los demonios encerrados en una década de madridismo descarnado. En aquella final hubo tres goles más, pero el más importante fue el primero. Todos los madridistas lo sabíamos: si empatábamos aquel partido, la Décima era nuestra, nada nos iba a frenar. Pero antes había que derribar el dichoso muro rojiblanco. Y apareció él y puso fin a la agonía.

Don Sergio Ramos era un futbolista destinado a la grandeza, pero hasta entonces su verdadera leyenda sólo se había exhibido en una gloriosa noche en Múnich. Su enorme potencial se vislumbraba todos los años, pero se perdía en una extraña irregularidad en cada temporada. Flotaba la sensación de que ofrecía menos de lo mucho que podía dar. Hasta que en la 11-12 se destapó como un excelente central, obra de Mourinho, por cierto. Nos dimos cuenta de que jamás habíamos tenido un defensa como él: rápido y poderoso, contundente y portentoso, insultantemente superior a sus rivales. Y partir de Lisboa se descubrió su gran don: el talento para ser decisivo en los días señalados. Una cualidad propia de un genio. 

El gol del minuto 92, segundo 48 encumbró al madridismo a los cielos y dio comienzo a la segunda época más gloriosa de la historia del club. Ramos lideró, junto con un ilustre portugués, el Real de las cuatro copas de Europa en cinco años. El camero levantó por tres ocasiones consecutivas el trofeo que más desea el madridismo. Esa etapa también mostró un capitán respetado en su vestuario y que representaba con holgura al club. Descubrimos la inusitada madurez de Ramos, que sólo se desvanecía con sus salidas caprichosas (aquella oferta de China). Las meteduras de pata de Ramos. Hoy no es el día de recordar eso. En la noche en la que el madridismo pierde uno de sus mejores estandartes sólo cabe lamentar su adiós y agradecerle todo cuanto dio al club. Es lo justo ante el fin de un futbolista irrepetible. El mejor defensa que vistió la camiseta blanca. El hombre de la Décima; el hombre que marcó el gol que más he celebrado en mi vida. Gracias por todo, don Sergio Ramos.


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