viernes, 4 de mayo de 2018

La final

22 días. Es el tiempo que queda para la cita de Kiev; es el tiempo que tiene el madridismo para saborear la espera. Después llegará la final, el partido será un infarto y, quién sabe, quizá se pierda y el estado de ánimo se torne en un drama. Pero antes de la taquicardia nadie puede despojarle al hincha blanco de sus días más hermosos y felices. Proezas como jugar cuatro de las últimas cinco finales de la Champions League recuerdan que el madridismo vive para sentir momentos como este. Es incomparable esa sensación. Un madridista promete lealtad eterna a sus colores y soporta tragos amargos (verbigracia: irregularidad en la Liga, clásicos vapuleados) para contar los días que le faltan para su final de la Copa de Europa.

En las jornadas previas al gran escaparate del fútbol, el madridismo se envuelve en historias únicas: los recuerdos de otras finales (que son muchas en este club), las odiseas de los aficionados que viajan a Kiev y el relato de las leyendas que evocan sus duelos en los grandes triunfos e incluso en las derrotas, como aquella tarde aciaga de París de 1981 en la que Camacho tuvo la gloria en sus botas con una vaselina marrada ante precisamente el Liverpool. Y, por supuesto, hay instantes de pánico, en los que se mira al rival como invencible (ciertamente la sonrisa de Klopp produce pavor) y se cree que la victoria será imposible. El respeto a la historia del adversario y la curiosidad por conocer con detalle a sus futbolistas también forman parte de la rutina del finalista.

Se equivocaría el madridista si no valora este periodo de dulce expectación; máxime cuando tiene los precedentes de los 32 años que transcurrieron entre la Sexta y la Séptima y las duras eliminaciones de los doce años entre la Novena y la Décima. El hincha del Real y su cuenta atrás para la final de la Copa de Europa: ¿Qué puede superar este momento?

*Artículo de opinión publicado en el diario La Opinión de Murcia.

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